martes, junio 24, 2008

Ripio


[1]
Odio las monedas de uno y cinco céntimos. Son inservibles, no las aceptan en ninguna parte. Todavía recuerdo cuando le di dos monedas de cinco céntimos a un cobrador de combi. Después de recibirlas me miró raro y levantó una ceja. Yo me mantuve seria. Dos de ésas hacen diez, así que es completamente válido, quise decir con mi ceño fruncido. Recibí como respuesta otro ceño fruncido. Desde ese día no las he vuelto a usar y no por recibir muecas de desagrado, sino porque éstas siempre necesitan de otras para llegar a sumar diez, (que es el mínimo aceptable) y yo no he podido juntar nuevamente ese valor con esas monedas. Ahora que lo pienso, todos deben odiarlas.

[2]
Es increíble la cantidad de cyber-basura que uno produce. El otro día decidí depurar mis dos correos. No he podido terminar ni siquiera con uno. Entre ambos deben sumar un total de 1600 correos que tengo que borrar. Este cyber-ripio me hizo pensar en los muchos detalles que no conserva la memoria, pero que sí están contenidos en palabras, imágenes o documentos que de pronto, recuerdas, no sirven para nada ni son relevantes para el presente ni para el futuro. Luego pensé en mi abuela, la que ya se murió. A ella le decían "cachivachera" porque guardaba absolutamente todo, tanto así que cuando pedían cualquier cosa en el colegio, sabíamos que probablemente ella lo tendría entre sus "cachivaches". Recordé también que cuando falleció, se fueron reconstruyendo algunos episodios de su vida al sacar estos objetos. Y claro, irónicamente yo seguí borrando todos mis cyber-ripios porque estoy convencida de que hay cosas que no vale la pena reconstruir nunca.

[3]
Esta idea de los "ripios" se asocia claramente a los recuerdos malos o inservibles. Hay tanto ripio dentro de uno que debería ser más fácil deshacerse de él para volver a empezar. Pero supongo que los recuerdos que todavía duelen son como esas moneditas de uno o cinco céntimos que necesitan de algo más para irse definitivamente.

[4]
Otra idea también es la del ripio que dejan otras personas. Soy muy sensible a las presencia de otros en espacios determinados. Por ejemplo, cuando trabajaba en una empresa en donde mi oficina estaba al lado de la del gerente general, sabía cuándo él estaba encerrado ahí sin tener que haberlo visto. Ése es un ejemplo inofensivo, pero ¿qué pasa cuando sientes que una presencia te hace daño? Así me pasó en México. Cuando fui a las ruinas de Tlatelolco, un lugar en donde hubo tres matanza masivas a lo largo de la historia, pude sentir esa energía negativa, ese ambiente pesado que me dejó perturbada. Y ese tipo de "ripios" usualmente dan vueltas, se impregnan en el suelo, se chocan contra las paredes sin encontrar por donde escapar.

[5]
Na na na nanana nanana, Hey Jude...
Na na na nanana nanana, Hey Jude...
Na na na nanana nanana, Hey Jude...
Na na na nanana nanana, Hey Jude...

(He puesto varias veces
esa canción para olvidar el ripio que aún no puedo sacar de mi billetera).

Hello, Goodbye


lunes, junio 16, 2008

Principios

[Principio de preservación]
Traté de guardar todos los momentos de las últimas horas en mi memoria. El latido debajo de mi mano, el almuerzo con mi comida favorita, el olor inconfundible de la almohada, la visión de los dedos entrecruzados, el orden de los objetos en el estante, los gestos, los rictus, la entonación de las silabas de palabras determinas y otros más que solo yo puedo sentir. Todo eso para preservar la última imagen frente al espejo antes agarrar el cepillo de dientes y guardarlo en la mochila.

[Principio de la tranquilidad falsa]
No puedo dejar de pensar. Suponer es el mecanismo de tortura más terrible que uno tiene (es por eso que trato de evitarlo, pero a veces no se puede obviar decodificar cada palabra en una docena de posibilidades... una peor que la otra). (Me revienta mi pesimismo). Camino a la cocina, abro la lata, saco una de esas pastillitas rosadas y mágicas. Tomo una, no, mejor dos. Todo se calma, la docena de posibilidades se desvanecen para reaparecer recargadas por la mañana.

[Principio de la distracción]
Ir a la presentación de un poemario.
El teléfono no suena. Prestar atención a los versos que se recitan. El teléfono no suena. Escuchar la performance de una banda. El teléfono no suena. Sentarte al lado del poeta, esperar a que te firme los libros, tomar una chela. El teléfono no suena. Caminar por el boulevard, esperar el micro, cambiar de micro tres veces. El teléfono no suena. Subir un ascensor, hablar sobre libros que no quieres. El teléfono no suena. Regresar. El teléfono suena. (Tranquila, ¿ya?). Cuelgas. Diseñas, miras el reloj. Dos y media de la mañana. La pastilla comienza a hacer efecto.

[Principio de incertidumbre]
(Este es real) Es imposible determinar al mismo tiempo la posición y la velocidad a la que viaja una partícula. Aplicable también a los sentimientos. (Creo. Puede ser. Sí...)

[Principio de espera]
Llegas. Angustia. (Me revienta mi pesimismo). Respiras. Quizá duela (otra vez el pesimismo. Me revienta, carajo). Quizá no (así está mejor). Esperas.

Hello, Goodbye

Han publicado mi quinta columna en Ekovoces Noticias, se las dejo: Marcha sin asfalto

domingo, junio 08, 2008

Viaje

Bajo Panamá, le digo al cobrador y le doy mi única moneda. Me da vuelto, ni siquiera lo cuento. Me puede haber cobrado sol cincuenta y no me interesa. Me pongo los audífonos y me parece inverosímil que el ipod toque seguidas todas las canciones que me recuerdan todo lo que pasa y lo que ha de pasar. Aprieto los ojos, siento la humedad.

Hace dos años pasó algo en mi vida que modificó mi personalidad. Algo que me obligó, entre otras cosas, a negarme la posibilidad de llorar en frente de alguien más y a sentir que no tenía a nadie más que a mí misma. En ese momento descubrí que las constantes no existen.

De pronto el teléfono vibra. Como si supiera lo que me pasa, la guerrillera me dice que me ha extrañado todo el fin de semana. ¿Cómo estás?, pregunta. Estoy... bien, supongo. No se te escucha bien, parece responderme cuando suelta un "mmm". Al final me dice que no cree que pueda conectarse por la noche, pero que le gustaría conversar pronto. OK. Cuelga. En el ipod alguien repite "este cielo, tu nombre y no hay más que llorar y llorar, llorar y llorar, llorar", como si con llorar una sola vez no fuera suficiente.

Otra de las cosas que soporto menos desde ese momento es la angustia. Estar en constante expectativa es una de las peores sensaciones que se pueden tener.

Bajo en la esquina. Camino hasta Juan de la Fuente, aparece el parque Reducto. Volteo en la calle que lleva a la casa de mi papá, pero regreso sobre mis pasos y retomo al camino que me lleva a la que se supone es mi casa. Pienso en entrar, ir al baño, encerrarme en mi cuarto, escribir, esperar. Recuerdo algunas palabras dichas este día. Duelen, pero como siempre, no lo dije o no fui lo suficientemente clara. O sí, pero en todo caso, no dije cuánto me duele. Llego a la puerta, busco la llave.

Hablar. Hay cosas de las que no se quiere hablar porque te hacen recordar lo mal que puedes sentirte. A mí siempre me ha costado decir las cosas porque decirlas es vulnerabilizarse. Y claro, después de lo que pasó hace dos años, yo nunca quise mostrar lo vulnerable que puedo ser. Pero como ya dije, las constantes no existen y basta que pase algo más para que uno vuelva a modificar, aunque sea un poco, aquellas reglas que al parecer no sirven de nada.

Me encierro en mi cuarto. Escribo. Mi papá ha venido, dice que está triste. Se ha echado en mi cama y ve fútbol. Yo pienso en las coincidencias. No quiero pensar más. No quiero escribir más. No quiero leer más. No quiero estar acá. Mi papá cambia de canal, no habla. Yo tampoco, aunque me siento igual. Quiero dejar de pensar que este viaje terminará en el mismo punto en todo comenzó.

Hello, Goodbye

PD: Apareció me cuarta columna en Ekovoces Noticias, se las dejo: Todo sigue igual.

PD2: Les dejo también un trabajo sobre mi obra que hizo Omar G. Villegas, estudiante de la Universidad de Salamanca: Perfil de Jennifer Thorndike